lunes, 20 de febrero de 2012

EDITORIAL: A DOS AÑOS DE SALVÁRCAR

POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL

No alcanzan los calificativos peyorativos para denominar la desmemoria de Felipe Calderón.

El 30 de enero de 2010, 18 estudiantes fueron asesinados por un grupo de sicarios mientras se encontraban en una fiesta en Villas de Salvárcar, Ciudad Juárez. Chihuahua.

En esa época 2,650 personas habían muerto ya por la guerra presidencial contra el crimen organizado.

En su primera declaración oficial Calderón aseguró que los jóvenes masacrados eran pandilleros, hasta que por presión popular tuvo que callarse.

Dos años después, el presidente arribó al lugar de los hechos para inaugurar una biblioteca y un centro deportivo a una calle de la vivienda en donde fueran asesinados los escolares.

Adoptando la peor de las hipocresías, el funcionario expuso a los padres de los muertos: “Villas de Salvarcar se convirtió en el corazón de Juárez y de México, también nos ha cambiado a todos el corazón, nos ha hecho ver las cosas de manera distinta. Los ángeles se fueron al cielo, todos los extrañamos y siguen en nuestro corazón, en nuestro dolor, nos ha abierto los ojos a tantas cosas que habría que ver”.

En un deportivo que se construyó, teóricamente, para regenerar el tejido social de la colonia —que forma parte de la estrategia de seguridad del gobierno federal— y de manera privada, el presidente develó un memorial en recuerdo de los estudiantes.

Durante la inauguración de la biblioteca “Villas de Salvácar”, Calderón leyó a un grupo de niños el cuento del “Vampiro Vegetariano”, mientras su esposa, Margarita Zavala, y el gobernador de Chihuahua, César Duarte, hacían como que escuchaban atentos el relato.

Al concluir la lectura, el presidente hizo preguntas y mostró las ilustraciones a los chicos. La farsa duró diez minutos.

Ufano el mandatario aseguró a los medios que desde la puesta en marcha del Programa Todos Somos Juárez los homicidios se redujeron 57 por ciento.

Uno se pregunta si esa disminución fue causada por el profesionalismo del poder o por la ausencia de gente a quien matar.

Mala leche aparte, la evidencia es inobjetable. A unos metros fuera del perímetro de la visita presidencial, el fraccionamiento mostró su cotidianidad. Calles desiertas. Casas abandonadas. Moradores temerosos. Tan pronto como cae la noche, los residentes que quedan se guardan para no ser víctimas de los depredadores que, según la demagogia presidencial, han reculado.

No obstante, Calderón solo cree la escenografía.

Mas, si el Alcalde Juárez, Héctor Munguía El Teto, en la pena de la lambisconería enana regala esta mentada de madre para el dolor real:

“Usted va a pasar a la historia, sin lugar a dudas, en el corazón de los juarences y estos niños se van a acordar algún día que vino un Presidente con toda sencillez, creo que es a lo que se debe dedicar después de que salga de su mandato, a contarle a los niños muchas historietas, que indudablemente lo hizo excepcionalmente con ese calor humano que le caracteriza”.

Discretamente, los organizadores del teatrito habían cruzado un camión para que el presidente no viera la vivienda en que un trozo de esperanza expiró cobardemente.

En ese sitio, lejos de la indolencia gubernamental y el alboroto de los acarreados, día a día, mes a mes, año tras año, alguien coloca una veladora o ramos de flores, diciéndole al mundo que las desgracias no se olvidan, que las heridas del alma no desaparecen y que hay deudas impagables.

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