lunes, 12 de septiembre de 2011

APUNTES: MI ONCE DE SEPTIEMBRE

POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL

El once de septiembre de 2011, nos despertamos con las imágenes en vivo que la televisión abierta mexicana transmitía desde la ciudad de Nueva York, donde una serie de atentados terroristas, organizados por Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, lograban el derrumbe de las Torres Gemelas, sedes mundiales del World Trade Center, con aviones piloteados por suicidas, metiendo a los Estados Unidos de América en el horror de una guerra insólita contra un ejército invisible, entrenado para morir sin titubeos o disertaciones morales.

En lo personal, el once de septiembre me representaba otra fecha trágica: el inicio del golde de Estado en Chile de 1973 y el sacrificio mortal del presidente Salvador Allende, propuesta política de la izquierda unida, que al afectar intereses vitales de la derecha extrema y de los Estados Unidos, se ganó una de las peores páginas del intervensionismo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en Iberoamérica.

Al igual que el resto de la humanidad, mi primera reacción fue de incredulidad ante la evidencia visual de las Torres envueltas en humo y llamas. Después pasé al asombro y caí en el estupor. No era posible. Dentro de la lógica que me había inculcado la experiencia, ese tipo de cosas no pasaba en el imperio.

En recuerdos se me venían a la mente los viejos noticieros cinematográficos del ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Evidentemente no era la mismo, pero se parecía.

Se supo de otros secuestros de aeronaves y otro atentado al Pentágono. En un tris, nuestro vecino del Norte mostraba una vulnerabilidad increíble. La seguridad inmersa en el mito de la superioridad mundial, dominante desde 1945, se vino abajo. La comparación resultaba odiosa, mas necesaria. Si “eso” había pasado en Estados Unidos que nos podiamos esperar el resto de los mortales. La inseguridad entraba brutalmente al siglo XXI.

No faltaron los comentarios imbéciles de los lectores de noticias que suponían réplicas en la ciudad de México, y autoridades que aseguraban tener controlada cualquier eventualidad. Me imaginé una avioneta fumigadora o de esas que escriben anuncios en el cielo estrellarse en el restaurante giratorio del, una vez llamado “Hotel de México”.

Al pasar de los años se ha podido reconstruir segundo a segundo el once de septiembre de 2011, y una década después, ya muerto Osama Bin Laden y parcialmente destruido Al Qaeda, los Estados Unidos no han tenido empacho en colgarse de la tragedia nacional para invadir Afganistán, Irak y cobrarle financieramente al orbe los gastos bélicos.

Evidentemente, los Estados Unidos no perdieron y aunque el número de víctimas de ese día es considerable, la destrucción no les quitó el sueño y se las arreglaron para sumir a los países aliados en una cruzada plagada de mentiras y desdichas.

España e Inglaterra, posteriormente sufrieron bajas por el terrorismo dentro de su territorio, no obstante, la opinión pública prevaleció en la idea del riesgo implícito de apoyar a los Estados Unidos.

Hemos resentido diez años de paranoia y excesos a causa de la amenaza terrorista que, desgraciadamente, ha sido tomada por el crimen organizado y el fanatismo promedio a fin de llamar la atención en la defensa de sus motivos.

El once de septiembre de 2011 terminó el siglo XX y principió el Tercer Milenio. Nunca antes ( y, espero, nunca después) un hecho así de cruel convenció a la humanidad de que el progreso no garantiza la extirpación de la naturaleza oscura de nuestro género.

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