martes, 30 de agosto de 2011

EDITORIAL: SEPTIEMBRE Y NUESTROS MUERTOS

POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL

Suceda lo que suceda por decreto la guerra sigue. No importa si se trata de una balacera afuera de un estadio de fútbol o el apilamiento de nuevos cadáveres en un casino. Para el gobierno federal el único camino posible en la lucha es la permanencia de la violencia.

Otras posibilidades de resolver el conflicto del crimen organizado huelen a alta traición, a sometimiento de la razón de Estado. Resulta irrelevante lo que se plantee. El señor presidente y la camarilla dominante no pactarán, aun en contra de su capital político.

Cada acción emprendida en la ruta de la confrontación sangrienta ahonda la percepción del fracaso absoluto. Los delincuentes cubren amplias zonas del país y las detenciones, generalmente infladas, desaparecen frente a las respuestas contundentes de la destrucción.

Sin embargo, opciones como el ataque a las fuentes financieras del delito ni se piensan. Es inadmisible el sacrificio de la gente a cambio de mantener los privilegios del dinero, y no es cuestión de impotencia. Pongamos que se trata de no generarse mayores enemigos. Mientras la sangre nos ahoga, los ilícitos continúan y nadie está exento de ser una víctima.

Al gobernante le gusta hacerse idiota. Es un hecho que aquí el poder y el delito corren tomados de la mano. ¿O alguien pondría las manos al fuego por la integridad de la alta burocracia?. El punto de quiebre fue un desacuerdo de formalidades e intereses, no el favor del ciudadano.

Preguntamos por el paradero de tantas promesas posteriores a una masacre. Todo se justifica. La memoria popular es manipulable. Desgraciadamente, los límites se van contrayendo.

Aunque parezca que los mexicanos nos estamos acostumbrando a la vida ruda, no es así. El resentimiento de millones encontrará una salida, por las buenas o por las otras. Es cierto, tenemos aguante pero al quebrarse no respondemos de nuestros actos.

Septiembre, mes de la Patria, atrae la introspección civil. ¿Es la realidad actual un logro de tercer milenio o es la miseria resultante de una sociedad imposibilitada a la grandeza?.
¿Tenemos la representatividad merecida o fuimos robados en la cobardía?.

Por supuesto las interrogantes carecen de una respuesta única. Que cada cual las contesta a su manera. No obstante, nuestros muertos, nuestros sacrificados y los herederos del dolor urgen una contestación, un argumento explicativo a la indolencia general.

No se construyó México para ser su propia cárcel y su propio patíbulo. Merece un destino honroso, ajeno a los verdaderos motivos de los mal llamados políticos y seudo próceres democráticos. Ellos apuestan al contrario porque reconocen que un México próspero carecen de cabida.

Va siendo hora de asumir la responsabilidad ciudadana y sacudirnos la desidia. México necesita ser rescatado de las mazmorras del egoísmo público.

Cerraremos el año en cifras aterradoras de desaparecidos, heridos y muertos. ¿Qué vamos a decidir al confrontar la contabilidad y los beneficios reales?. ¿Seremos potencia en carroña y podredumbre?.

Antes de alabar a México, sincerémonos con nuestra perdición.

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