martes, 10 de mayo de 2011

A TÍTULO PERSONAL: MI MADRE

Nací hombre, hijo único de madre soltera y cargué durante años el peso de esa bendición.

En sí, la línea anterior contiene los elementos básicos de un buen blues, un tango y hasta una canción ranchera. Tener madre, en México, es una experiencia religiosa, y honestamente, es indispensable haber nacido aquí para comprender el rumbo de este rollo.

Decía que mi nacimiento fue igual al de millones de compatriotas, a lo largo de los siglos, y por lo tanto, no encierra mayor misterio que el del sexo convencional y el resultado natural de una relación poco responsable.

De esta manera, desde que recuerdo, la sociedad en pleno me sacó de la culpa de la bastardía a la redención de ser el paladín de mi madrecita santa, tan pronto como pude defenderme. Respondiendo a la vox populi, como la patria, Doña Flora Gómez Miguel me inculcó una visión extrema de las cosas. Los hombres aguantan y las mujeres sufren.

Así que sin mucho a mi favor, fui lanzado a la defensa de mi progenitora hasta ese punto terrible de decidir entre encontrar mi destino o vivir junto a ella hasta el final de sus días o de los míos.

Por supuesta el nexo madre e hijo no resultó fácil para nosotros. Mi madre desistió, gracias a mi terquedad, de verme como el hijo modelo, y yo, aterrado por su terquedad, acepté que tampoco era el ideal de “cabecita blanca” que me convenciera.

Después de muchas historias, algunas descritas y escritas en mi trabajo profesional, alcanzamos un equilibrio final que duró poco, pero que nos concedió algunos perdones necesarios.

A tres años de su muerte, la evocación de mi mamá es menos aparatosa. Trato de no cargarla con culpas mayores y aceptó la responsabilidad de muchas de mis pendejadas. En una especie de limbo, Doña Flora consiguió meterme en razón y valorar los escasos momentos sublimes que tuvimos en el dorado ayer.

Por fortuna, Doña Flora, y el título se lo tiene bien ganado, no sufrió saberme a punto de la muerte y de otras adversidades que me han rodeado. No contempló la destrucción de la paz de este país y no estuvo con el alma en un hilo porque su vástago empuñara una pluma para defender los ideales caros de la inteligencia y el derecho.

Hoy que muchas de las mujeres que me han regalado su amistad, cariño y amor, son madres primerizas o reincidentes, atisbo algunas de las conductas y las obsesiones de mi “Mo”, y dibujo una sonrisa. Al igual que yo, sé que los hijos de estas damas honraran el origen y algunos serán la diferencia del futuro.

En la medianía de mi existencia, antes que llegue mi otoño, pido a Dios una bendición para todas las madres que, en las buenas y en las malas, acertadas o equivocadas, jalan el rumbo de la esperanza y se niegan a rendirse ante el sacrificio de inocentes.

Mi madre tuvo la determinación de darme la vida, sacarme avante y hacer lo posible para que fuera un ciudadano de paz. La juventud se fue en ello. Por ende, cuando envejeció y a mí me salieron las primeras canas, nos vimos como compañeros de una travesía insólita, marcada por la incredulidad de propios y extraños que apostaron en nuestra contra.

Madre, en tu día, sólo puedo asegurarte que no nos vencieron, y que mientras viva, Flora Gómez Miguel estará alentado mis causas más justas.

Tu Hijo

RAÚL GÓMEZ MIGUEL

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