viernes, 15 de octubre de 2010

A TÍTULO PERSONAL: MI MÁS HORRIBLE PESADILLA

El miércoles 13 de octubre de 2010, Marcia y yo salimos de nuestro trabajo a las diez y minutos de la noche. Abordamos un taxi sobre avenida de Los Insurgentes y fuimos interceptados cuadras adelante por tres tipos que, en complicidad del taxista, se dedicaron a robarnos todo lo que llevábamos de valor. Como es usual, otro coche iba de “cola”. Nos quitaron celulares, Ipod, dinero y documentos. Comenzaron a golpearnos para ablandarlos y Marcia se llevó la peor parte. Cada golpe y grito de dolor de Marcia me llegaba hasta el punto límite de mi dolor, de mi impotencia. Traté de cubrirla con el cuerpo pero quien me amagaba lo impedía, pues, desde el principio nos quitaron los lentes, nos ordenaron cerrar los ojos y mantener diversas posturas mientras nos adentrábamos en calles solitarias. Hubo amenazas terribles que no voy a escribir. Hubo miedo, no por mí, sino por lo que pudieran hacer a Marcia. Traté de mantener mis sentidos en claro y aunque me ahogaba la furia, me contuve para no hacer crecer una situación explosiva. Resistí lo indecible y cuando se cansaron de maltratarnos, nos liberaron por el rumbo de la colonia Alfonso XIII. Sin mis lentes y con los ojos inflamados de Marcia caminamos a la lateral del segundo piso. Caminamos unas cuadras en la mas completa orfandad. Dimos con una tienda atendida por una familia completa de personas que se compadecieron de nuestra desgracia y nos apoyaron en tanto llegaba la ayuda.

En casa, hicimos lo propio y llevamos a Marcia al hospital. La golpiza aunque severa no causó fractura de pómulo, pero sí que el tímpano del oído se lastimara en un treinta por ciento. Yo no tuve lesiones en el cráneo y una ligera inflamación del conducto auditivo. Cada que veo el rostro de Marcia, revivo los gritos y el sonido de los golpes, y algo de mí se desmorona.

Algunos años atrás fui victima de un asalto de las mismas características, sin embargo, iba solo. Lo ocurrido la noche del miércoles cumplió un escenario que esa época aventuraba: la horrible vulnerabilidad que tendría de estar acompañado por otra persona; la desgracia quiso que fuera Marcia.

Hoy más que miedo, me devora una impotencia cruel y despiadada de no saber exactamente si hice lo correcto o lo que había que hacer.

En esos momentos cualquier cosa se hubiera ido de control y, quizás, no estaría compartiendo con ustedes estas líneas dramáticas.

A pesar de la experiencia, hemos recibido el apoyo moral invaluable de mucha gente buena, trabajadora y honesta, capaz de ofrecernos de corazón cualquier favor que se necesite o simplemente un hombro donde llorar. Esa es la humanidad que dignifica.

No levantamos denuncia porque creemos que somos nosotros, las víctimas las que debemos de dar a conocer lo que nos ha sucedido para prevenir a los demás y dejar en el juicio de la opinión real de los ciudadanos en que hemos permitido que nuestras vidas se vuelvan gracias a la cobardía de la autoridades y la impunidad de los delincuentes que trabajan a cubierto de ellas.

Hoy, simplemente revisen la nota roja de los diarios capitalinos y constarán que en una manera extraña Marcia y yo tuvimos la posibilidad de sobrevivir, otros no.

Si consideran que este texto sirve de algo háganlo correr en las redes sociales. No se trata de un lamento sino de la postura de una pareja que se opone a que la violencia recibida les quite el coraje para construir su felicidad.

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