domingo, 18 de julio de 2010

MARASSA: DOÑA OLGA GUILLOT

POR: RAÚL GÓMEZ MIGUEL

Olga Guillot, la reina indiscutible del bolero cubano, murió el lunes 12 de julio de 2010 a causa de un infarto en el hospital Mount Sinai, ubicado en Miami Beach, Florida, a los 87 años de edad y sin haber cumplido su sueño de cantar en el “Tropicana”, el legendario centro nocturno de Cuba, otra vez ante un público libre y dedicar una canción a Fidel Castro.

A las generaciones menores de treinta años, Olga Guillot nos les representa nada, a lo mucho, las canciones que escuchaba la abuelita o algún desliz nostálgico de los padres.

Sin embargo, el legado de la cantante es insuperable en cuanto a la tesitura única de su voz que supo empalmar perfectamente con la afectación propia del bolero, siendo la primer mujer cubana en grabar en acetato una canción fundamental del género, “Miénteme” a mediados de los años cuarenta.

Desde entonces, “La Guillot”, como se le reconocía respetuosamente tuvo una trayectoria pletórica de éxito, sólo comparable a la de Celia Cruz, la Diva de Divas de la música de la Isla.

Al igual que todos los cantantes, doña Olga tuvo en “Tú me acostumbraste”, la rúbrica de su arte, a pesar que al compositor Frank Domínguez, la manera de cantar de la dama no lo pareció adecuada para su composición. Sin embargo, la gente apostó por la señora y el bolero quedó en su posesión legítima de ser la interpretación definitiva.

Como tantos cubanos y cubanas, Olga Guillot dejó Cuba en 1961 y sin jamás renegar de la tierra y su pueblo, desde donde estuviera, mantuvo una postura firme en pro de la causas democráticas que demandaba la supuesta población agradecida del “castrismo”.

En México, Olga Guillot residió muchos años, adquiriendo el vínculo especial que histórico tenemos los mexicanos y los cubanos, quizás, para sabernos tan cercanos, no en balde el puerto de Veracruz arquitectónicamente es semejante a La Habana Vieja.

Una de las múltiples anécdotas que le ocurrieron fue la de haber creído e impulsado la carrera de José José, en los días que era un talento en potencia; otra la expuso Agustín Lara, compositor cursi excelso, que sentenció: “Después del cielo, Cuba, después de Cuba, Olga Guillot”.

Procreó una hija, Tania María Touzet, que heredó una voz buena para el canto, pero que por esas razones que uno no se explica a bien, no logró integrar una carrera cercana a la de su mamá.

Movido por la curiosidad y el tránsito del tiempo, descubrí a Olga Guillot en mis primeras bohemias universitarias y de ahí me enganché a los excesos melodramáticos de la señora y en varias ocasiones su canto acompañó mis primeras rupturas amorosas y alentó en mi imaginación las mujeres ideales que merecieran esas palabras, esas netas.

Sin caer en la nostalgia barata o el retro de pose, el fallecimiento de doña Olga Guillot cierra un libro en la historia de la canción popular de nuestra América y merece, de menos, una plegaria por esa alma intensa que nos dio tanto a través de su don.

“Yo soy muy visceral, muy emocional, muy temperamental, es lo que es Olga Guillot, eso es lo que me hace sentir que vibro con lo que hago. Me gusta lo que yo hago. Yo vivo enamorada de lo que hago y le doy todo los días las gracias al Señor porque me dio una voz para que yo sea feliz y hacer feliz a mucha gente”,

Sí, Señora, usted nos acostumbró a todas esas cosas que son maravillosas y que se evaporan en su ausencia.

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