domingo, 16 de mayo de 2010

SINSEN: SIN EL JEFE DIEGO

POR.- ROLANDO GARRIDO ROMO

El viernes 14 de mayo fue secuestrado en las cercanías de su rancho en Pedro Escobedo, Querétaro, el ex candidato presidencial del PAN (1994), ex diputado federal (1991-94), ex senador (2000-2006), abogado litigante y destacado miembro de la cúpula panista durante tres décadas, Diego Fernández de Cevallos.

Para buena parte de la derecha mexicana (católica, anti cardenista, anticomunista, más pro española que pro gringa, clasemediera e identificada con los valores tradicionales del México porfirista), Diego Fernández de Cevallos ha significado un emblema difícil de emular, de sustituir o de repetir.

Primero, Diego ha representado a ese tipo de propietarios rurales del centro del país (en donde la cristiada tomó mayor fuerza) independientes, entrones, mujeriegos, pero eso sí apegados a la familia, a la Iglesia Católica y a la profesión – la abogacía- que les permite una mayor libertad para hacer política, a la vez que les proporciona ingresos suficientes para mantener un dejo de independencia e hidalguía, característicos de los hombres que obtuvieron su fortuna y posición a base de esfuerzo, pero también de herencias familiares, de concesiones y de la cercanía con el poder político (con virreyes, gobernadores, hombres fuertes de la región, etc.).

Fernández de Cevallos, con su voz fuerte, capacidad oratoria, su presencia típica del conquistador español, con barba tupida y constitución física corpulenta (incluso con el apellido compuesto), ha sido una especie de ícono de la derecha mexicana; pues en sus años mozos, en los que se hizo al lado del fundador del PAN, Manuel Gómez Morín, la enjundia para criticar al régimen priísta, sus arrebatos y constante presencia como afilado orador en contra de los gobiernos de la Revolución, le granjearon la admiración y el respeto de muchos de sus compañeros (la envidia de otros) y, por supuesto, el ojo atento de la Secretaría de Gobernación y de sus áreas de investigación política.

Sin embargo, un tercer conjunto de características que han permitido a Fernández de Cevallos permanecer como un referente indispensable del PAN, la derecha y las cúpulas del poder en México ha sido su utilidad para estas últimas.

No sólo su habilidad como litigante -en la cual se hizo famoso ganando numerosos juicios a los gobiernos priístas-, sino sobre todo, su comprensión de que él podía ser el gozne entre las necesidades de un régimen que se agotaba rápidamente y requería un recambio; unas élites económicas enriquecidas obscenamente que veían que su garantía de tranquilidad pública se desvanecía con el desgaste de los gobiernos priístas, y una derecha que necesitaba dejar atrás sus reticencias moralistas respecto a lo que significa llegar y ejercer el poder político a cambio de olvidar o al menos posponer, los objetivos románticos que se fijaron los fundadores del panismo.

Así fue como Fernández de Cevallos sirvió bien como sparring de lujo de Ernesto Zedillo en las elecciones presidenciales de 1994, para después desaparecer de la contienda (aunque él afirmó que fueron los medios los que lo desaparecieron), y ayudar a desinflar a un alicaído Cuauhtémoc Cárdenas que quedaría en un lejanísimo tercer lugar, después de que se le había considerado el muy probable vencedor de la elección presidencial, cuando sucedió el asesinato de Luis Donaldo Colosio, que parecía presagiar el fin del priísmo.

Diego también fue quien pactó con Carlos Salinas la quema de las boletas de la tan criticada elección presidencial de 1988, dejando sólo las actas, con lo que una pieza fundamental para saber lo que realmente pasó en esa contienda se perdió para siempre, por lo cual Carlos Salinas le ha manifestado continuamente su agradecimiento.

Hasta la fecha, el ex presidente y Fernández de Cevallos han mantenido una gran cercanía, que para muchos de sus críticos más parece complicidad; varios de los pactos entre panistas y priístas que permitieron modificaciones importantes de la Constitución en los años noventa (sobre el ejido, las relaciones Estado-Iglesia, el papel del Estado en la economía), pasaron por el despacho de Diego, que se encargó de convencer en unas ocasiones, regañar en otras, e incluso presionar con ferocidad en algunas más, a muchos de sus reticentes compañeros panistas.

Con Felipe Calderón, como antes con Vicente Fox, la relación fue mala, porque Diego nunca ha querido subordinarse a quienes considera inferiores a él en lo intelectual.
Hay que recordar que la hermana del actual presidente, Luisa María Calderón, impulsó una ley para que los legisladores (como lo era Diego cuando fue senador), no aprovecharan esa función para litigar contra el Estado (como lo hacía Diego desde su despacho de abogados), lo que generó una dura disputa entre Diego y la familia Calderón. Sin embargo, Fernández de Cevallos comprendió que debía dejarle el campo libre a Calderón, no entorpecer su gestión y esperar a que se le complicaran las cosas, para después ver la posibilidad de reinsertarse en el círculo del poder.

Y así lo hizo Diego, pues cuando el delfín de Calderón, Juan Camilo Mouriño murió trágicamente, un personaje muy ligado a Diego, llegó a las oficinas de Bucareli: Fernando Gómez Mont.

Es en esta parte en donde puede radicar una de las posibles explicaciones del secuestro de Diego, ya que el belicoso y grandilocuente titular de Gobernación no se ha cansado de retar al crimen organizado y de afirmar que no tiene temor de las represalias que pueda sufrir, por los golpes que el gobierno le ha dado a las organizaciones de narcotraficantes (claro, cuando estás rodeado de cientos de guaruras, es fácil retar a cualquiera). Pero al parecer, los cálculos del secretario Gómez Mont no consideraron que una posible represalia podría dirigirse contra su mentor y amigo, quien no suele estar acompañado de guardaespaldas.

Esta sólo es una hipótesis, y también es factible que uno de los muchos grupos escindidos o sueltos de los propios cárteles, hayan decidido realizar esta acción como un negocio más, sin considerar las consecuencias que esto tiene en las altas esferas de la élite política.

Habrá que esperar el desenlace de esta historia, para saber si estas hipótesis tienen algún viso de realidad, pero lo que sí revela el hecho mismo es que la soberbia con que los altos funcionarios públicos han estado insistiendo en que su estrategia para combatir el crimen organizado es la única posible, comienza a demostrar que va a generar costos, no sólo para la sociedad de a pie, sino también para algunos de los aliados de esos hombres, que por ahora ejercen el poder político.

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