domingo, 27 de diciembre de 2009

MARASSA: CARLITOS

POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL

Carlitos tiene siete años y una leucemia terminal.

Carlitos es un niño de siete años y cuando lean estas palabras probablemente estará muerto.

¿Quién dijo que Dios fuera justo?

Conocí a Carlitos en un consultorio del Instituto Nacional de Cancerología.

Acabado por el tratamiento, la fatalidad y el diagnóstico, Carlitos me decía que le gustaban los Power Rangers y el programa de los Dinosaurios; que le agradaban los girasoles y los días soleados; que no quería que su familia sufriera; que estaba preparado para irse y que le hubiera gustado ser doctor de grande o bombero.

Y yo lo escuchaba. Carlitos no iba a crecer, a tocar otra piel, a escaparse de la escuela o quedarse con los vueltos de los mandados. Carlitos personificaba una esperanza truncada. Carlitos hablaba y yo oía el dolor, la rabia y la resignación, y a través de su vocecita, me llegaban las decenas de moribundos que estuvieron en ese consultorio.

Carlitos me contaba que con su partida se acabarían los sufrimientos y que estaría en el cielo viendo a sus padres. Me interrogaba si me gustaba Batman o Ultramán y que si ya había visto Pocahontas y el calendario de la Trevi. Sus preguntas vinculadas a la cotidianidad me parecieron macabras y cambié de tema. Le expliqué que deseaba entrevistarlo para la radio y volverlo una celebridad.

Carlitos se rió.

Carlitos se fue de alta un domingo. Y un avión lo depositó en su natal Sinaloa. El viaje animó al niño. Volvería a estar en casa, en su cama con sus juguetes. No supo que el vuelo significaba la rendición de la Ciencia y el principio de la descomposición.

Carlitos se apagaría, dejándonos en tinieblas.

La enfermera me repitió el alta del niño.

No me despedí de Carlitos y no pude decirle que gustosamente me cambiaría por él; que donde yo estuviera lo recordaría y que deseaba que no sufriera en demasía.

Emigré del hospital derrotado.

¿Cómo y con permiso de quién pueden perpetuarse estas desgracias?

Saque las notas de mi saco y las cintas de la grabadora. Las aventé a una coladera. No lucro con la pena. La plática de Carlitos y yo estaría a salvo en mi memoria.

Y ruego que existan los ángeles y que cuiden de Carlitos.