domingo, 18 de octubre de 2009

PINCHE Y PINCHE DISCOS: EL CHOPO O REBELDÍA A LA MEXICANA

Por: EL DODO DJ

Hijos de generaciones descompuestas y sin garantía de reparación, los adolescentes actuales exorcizan a los demonios de la pubertad reduciendo la rebeldía natural a objeto de consumo.

Por el rumbo de Buenavista, al norte de la Ciudad de México, los ejércitos de la decepción, sábado a sábado, recorren el vía crucis de la caricatura, la parodia y la venganza disfuncional.

Organizados en “tribus”, “darketos”, “punketos”, “eskatos”, “rollers”, “scaters”, “rastas”, “cholos”, “raperos”, “freskis”, “ruqueros”, “chúntaros” y el nombre que se ponga de moda acuden a la cita del fastidio y de la improbable subversión.

Viviendo a expensas de una leyenda que no conocieron, los herederos de aquella triada original (“rockers”, “punks” y “discos”), fundadora del espacio de libre intercambio musical al interior del Museo Universitario del Chopo, confeccionan algunas anécdotas vergonzosas como las golpizas entre ellos, la borrachera de mala copa y un seudo nihilismo de tres cuartos de churro.

Es deplorable constatar que el espíritu solidario y de franca reivindicación del derecho juvenil a expresarse, se reduce a la pose de un atuendo, un mínimo de palabras comunes y la ansiedad de comprar o vender. La posibilidad de explotar el punto de reunión para cosas de mayos trascendencia murió con el siglo pasado.

¿Qué claman estos jóvenes?. Vaya usted a saber porque la mezcla es variopinta, desde los derechos humanos hasta los absurdos políticos del “anarquismo-gandalla”. ¿Los líderes?, digamos que los clásicos de bastante oxidados paladines sesenteros a las tenebrosas mutaciones de “Che-pillín” y el osito Bimbo en papel de Rambo. ¿La música? Anote las listas del hit-parade, según las publicaciones masivas o marginales, la recomendación subjetiva de boca en boca, y las existencias previstas por los canales legales y clandestinos de la distribución. ¿La literatura? De no ser, los sudados títulos de biblioteca elemental y los esperpentos de escritos vampíricos de Mario Cruz, está ausente. ¿Para qué leer? Si mi desmadre es la neta.

En una visita rápida, el multicitado Tianguis Cultural del Chopo es un carnaval permanente donde la exageración defiende la tarjeta de residencia. ¿Ha visto vampiros prietos enharinados de la cara? ¿rastafaris que no conocen el mar? ¿enciclopedias andantes del rock mundial que sólo hablan y entienden español? ¿sexagenarios dispuestos a vender la fe en una transacción de lo más cursi, digamos las ediciones originales de los sencillos “El perro lanudo” o “El diablito loco”?.

El Chopo es un mausoleo a lo inútil de la alguna vez denominada protesta juvenil. En los puestos y los visitantes el afán es aparente. La vanidad y la arrogancia de una edad idílica les vuelve pésimos monigotes del principio comunitario que décadas atrás tuvo.

En una era de compromisos, estos jóvenes se evaden. Es preferible la suntuosidad del atuendo que el entrenamiento del juicio. Ignorados por el capitalismo global, aportan la cuota correspondiente a través del intermediario, del vivales, del comerciante doble cara que presume la libertad juvenil al son de los billetes.

Lejos de escupir la consigna de “abajo el sistema”, los iracundos amaestrados pasan verdaderas vergüenzas ajenas para conseguir el “varo” de la “mona”, la “guama”, el “join” o la “mois” o el pulque. Cuán ridícula es la vista de un punk desafiante vendiendo caramelos de “a peso” o la encarnación ilógica del conde Drácula aventándose una jícama con chile mientras el sol le escurre el rimel.

César Martínez, asiduo cliente del Chopo durante lustros, nos comenta: “Aquí hay que saberle. Buscarle. Puedes hallar lo que te interesa a precios bajos. Sin embargo, no falta el apirañe. Es cosa de tiempo ubicar la acción. El quién es quién. Nosotros, los que cambiamos alrededor del puesto de frutas, somos alivianados. Los puesteros son otro rollo. Se dejan guiar por la venta y, a veces, te puedes hacer de cosas cuando rebajan las mercancías que no salen. Al igual que yo, otros compas se avienen al crédito y a los pagos de abonero. Pero, insisto, es una cuestión de particulares. Acá se ve de todo. Tocan grupos, venden o regalan revistas, fanzines. Desfilan las estrellas de la moda under. Coleccionistas picudos se rayan. Músicos y cantantes promueven sus discos. Una jungla”.

El “rock”, en una lectura atroz, une y separa jerarquías y espacios. Arruinados en la paradoja, los adolescentes trazan territorios a partir de la música. El punk no soporta al eskato, y el eskato reniega del darketo, y es el cuento de nunca acabar. Esa endeble clasificación marca el horizonte de convivencia y la postura (imposible, claro está) de frente a la problemática cotidiana. Después vendrá el ropaje, los accesorios y las consignas ideológicas oídas. Y en la clandestinidad de los reproductores mp3 o mp 4, los macizos se conmueven con Bunbury, la onda grupera y lo más bajo de las listas poperas latinoamericanas.

“Mis padres no saben que soy de esta onda”, asevera una chica “oscura” anónima, “en la semana trabajo en una oficina y me porto bastante normalita. Trato de cumplir y no meterme en problemas. Los viernes, por la noche, me transformo; asumo mi personalidad vampírica y salgo a dar el rol”.

En el otro lado del eje vial la intoxicación es total. Una bodega que surte de material para los “graffitis” y donde corren vasos de líquidos extraños y no menos dudosa procedencia, pone al personal en ambiente. Las drogas también facturan impotencia. Nadie busca la introspección o el tercer ojo primordial. La finalidad es atascarse, rodar cuesta bajo y balbucear migajas de un evangelio cósmico.

Preguntando precios e imitando la tendencia mayoritaria de compra, el salario mínimo no alcanza. El happening sabatino promedia una alta inversión. De a cien pesos en adelante. El juego del “outsider” es costoso. En ciertos productos, Masaryk enaltece la comparación. Los adolescentes, en esa peculiaridad temporal, no distinguen el costo ni el rendimiento, la prioridad dirige la compra. Botas de mil o mil quinientos pesos en colores eléctricos o copiadas de las de luchadores enmascarados, “trapitos” de logo y marca multinacional a etiqueta de boutique, ediciones fonográficas sobre preciadas y el imaginario colectivo de sacarle provecho al infinito, vinculan el Chopo a la Plaza Comercial, al Super Mercado o a la “Galería de las Estrellas“

“¿Cuál Tianguis Cultural? Perichopo, el mall de la seudo subversión. No existe una diferencia entre los fresitas de Santa Fé y el rock chavito circundante. Puro escuincle idiota. A los nenes les afectan los medios. Oyen la basura que programan las estaciones payoleras de radio, los canales de televisión por cable, la mafia de los ¿críticos?, el disco que corre de mano en mano. No cuestionan. Agarran el montón. Dos tres rucos me contaron el nacimiento de esta madre. Nada que ver. Neta, no compro nada. Vine a encontrarme con un cuate” respinga un fan de heavy metal, de pelo corto y pinta conservadora.

El divisionismo de los “locatarios” ya costó la expulsión de “elementos gachos”, que el perseverante topa en automóviles estacionados que fungen de vitrina “under” para una clientela selecta. El puestero “X” argumenta “La envidia es culpable del desmadre interno que se trae la asociación. La competencia es dura. Que mi colega vende a mi perjuicio, le invento choros y lo denuncio. Que no afloja, le presiono más. Que no se abre, le ponemos un estate quieto monopólico. Usted no diga nada, diga Fabián y nos amanecemos. Por esto, un grupito casi dinástico controla el ‘bisnes’. El Chopo mueve mucho varo y no paga impuestos”.

En las afueras del monstruo actúa una cadena de “micro changarros” también especializados en desplumar al incauto. El embrujo del tianguis excusa la espiral inflacionaria de cervezas, refrescos, frituras, fritangas, verduras, y la habitual procesión de insumos al desfogue adolescente de media tarde.

La documentación existente sobre el Tianguis Cultural del Chopo es parcial. Se resaltan los aspectos cultural, antropológico, lúdico, político, social de la congregación juvenil. Empero, poco ha sido explorado la cara oscura de la fiesta, la negritud de una industria paralela que fomenta y escarba la fragilidad selectiva del poder adquisitivo adolescente y la fugacidad de las ideologías enclenques que lo cobijan.

En El Chopo asistimos a la resaca contracultural del siglo XX. En esa imponente culebra humana las generaciones adultas constatamos nuestra incapacidad de transmitir un credo renovador y caemos en el remordimiento de presentir que la rebeldía natural murió con nosotros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

tienes mucha razon mi amigo,el hopo ya no es un centro cultural comolo era en los 80 y 90,ahora solo sirve para comprar discos,promocionar bandas,y vender,los chavos deberian aprovechar ese espacio,que raramete se da,para expresarse sobre la politica mexicana,llevar asociasiones civiles a aquellugar que se yo,me chocan que digan que es un lugar de libre expresion,si no dicen jamas nada¡¡¡donde hay libertad,libertad pero de vestirte como idiota¡¡¡yo soy metalero y voy cada 8 dias para conseuir cds raros,pero no veo que alguien aproveche esa gran oportunidad de orientar a tantos chavos que hay ahi(tengo 17)y platicarles,para que se interesen mas en la politica del pais,hacerles ver la forma,de como sacar al pais de tan jodida situacion.Me decpciona mucho el chopo,solo es uno mas de cientos de tianguis¡¡¡