jueves, 29 de octubre de 2009

ASUNTOS EXTERNOS: ESTADOS UNIDOS Y LOS ESTRAGOS DE UNA GUERRA POR LA PAZ

Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL

La realidad de la política exterior estadounidense no puede estar peor en los países donde ha dejado sentir la fuerza de la intervención militar y la obsesión de redimir a los salvajes fundamentalistas necios en vivir a su modo y riesgo.

La llegada a Pakistán de la Secretaría de Estado Hillary Clinton fue recibida con un bombazo en la ciudad de Peshawar, en el noroeste del país, matando al menos a 100 personas e hiriendo a 217, a modo de advertencia pública mundial que el terrorismo, a pesar de los recursos materiales, humanos y políticos no cede y está por encima del control de las instituciones.

En Afganistán, los talibanes han consolidado un núcleo de resistencia en medio del debate burocrático en el que está metido Barack Obama para decidir aumentar efectivos militares en esa nación, a pesar de las promesas a su electorado de un cese a la guerra casi inmediato.

A ocho años de su aparente fragmentación, el movimiento talibán se ha reconstituido, a un punto casi de insurgencia nacional no viste desde 2001.

Después de unas elecciones fraudulentas y una segunda vuelta controvertida, el presidente afgano Hamid Karsai es percibido por los intereses internos como una marioneta al servicio de la Casa Blanca, tal y como, Ahmed Wali, su hermano metido en el tráfico del opio, y que, según revelaciones de The New York Times, ha recibido dinero de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para reclutar combatientes para las fuerzas paramilitares gubernamentales en la región de Kandahar.

Para colmo, Matthew Hoh, funcionario del Departamento de Estado especialista en Afganistán, es el primer integrante del staff de Washington en renunciar como protesta contra la manera en que Estados Unidos está manejando el asunto afgano.

Mediante la habitual escandalosa carta de renuncia, donde pone barrido y regado al Ejecutivo, Hoh insiste en un cambio de estrategia menos idealista para frenar la crisis de Afganistán y retomar el rumbo desagradable pero esencial de una guerra, y aceptar que quizás sea tiempo de salir de ese país antes de convertirlo en otro Vietnam.

“He dejado de entender y confiar en el propósito de la presencia de Estados Unidos en Afganistán” como colofón a la renuncia Matthw Hoh destapa el hervidero de posturas encontradas entre los halcones y las palomas de la Casa Blanca.

Es un hecho incuestionable que Afganistán e Irak están sangrando en dinero y vidas a los Estados Unidos y que Barack Obama está obligado a pronunciarse en un conflicto heredado pero fundamental en la credibilidad a largo plazo de los ciudadanos norteamericanos.

El esquema de un gobierno títere y corrupto sólo alienta la rebelión y el incremento de simpatizantes a la resistencia, no a la comprensión de las bondades democráticas a lo yanqui.

A pesar de los esfuerzos conciliadores y las ofertas de dinero, Hoh está metido en sus trece y no doblará hasta tener un encuentro de altura con el Vicepresidente Joe Biden, esperando una comprensión distinta a su postura antes que sea demasiado tarde.

Sin embargo, la petición del general Stanley McChrystal por cuarenta y cinco mil soldados extras en Afganistán tiene apoyos y simpatizantes en el ala dura del Congreso y el Gabinete

La división por los soldados en Afganistán y los atentados ocurridos en Pakistán e Irak son muestras de la compleja telaraña en que los Estados Unidos se han enredado y de la cual salir costará algo menos volátil que las palabras y el reconocimiento de un Nobel

La paz, sostenida a la vieja escuela, no resistirá la ausencia de un poder mayor y las frágiles instituciones de los países dominados reventarán por el punto crítico de debilidad: el tufo de la imposición y el corte imperialista que durante el siglo XX caracterizó a la gran América conservadora.

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