martes, 9 de junio de 2009

FARFADET: Una de libertad de expresión

A los camaradas del viejo Excélsior
que todavía pelean por justicia


HORROR NETA FÍSICO
Por: Raúl Gómez Miguel


El grupo editorial Excelso quebró a fines del siglo pasado. Tres mil trabajadores eventuales y de planta ingresaron a las filas del desempleo. Las auditorías privadas y públicas arrojaron una estela de malos manejos, fraudes y corrupciones sin par. Carente de liquidez, la patronal interpuso recursos de amparo legal y huyó al extranjero. Los empleados retuvieron los inmuebles, la maquinaria, aguardando una resolución federal que les compensará económicamente el desastre.

Las tres ramas productivas, talleres, editorial y administración, propusieron al pleno de una asamblea desencantada regresar al trabajo y producir algunas de las publicaciones de catálogo.

Capoteando la tormenta, los trabajadores repusieron en circulación un diario y una revista mensual. El esfuerzo duró unos meses. Vetados por gobierno, anunciantes privados y lectores, los productos eran devueltos en su totalidad.

Inmersos en el conflicto jurídico, los trabajadores de planta y cientos de eventuales que no alcanzaron una contratación externa acudían con puntualidad a la jornada diaria, a pesar de que no se hiciera nada, salvo esperar el descenso celestial de la justicia.

Las familias dependientes de esos hombres y esas mujeres dieron rechazo a las disculpas y exigían dinero sonante. Separaciones, divorcios y promesas incumplidas de matrimonio anunciaron peores males.

La incipiente organización representativa de resistencia, anunciada como el primer paso de arreglo, abortó en un nido de víboras. Facciones grandes y pequeñas se batieron en una guerra estéril por un poder inocuo.

Saldo de lustros productivos, los pensionados cayeron primero. Muerte natural, de enfermedad o suicidio contaron el estrago del paro.

Fieles al refrán “una nota que no sangra, no vende”, los medios dejaron el asunto Excelso en la papelera. Los trabajadores a su vez tomaron el éxodo y el olvido. Sólo los ruinosos edificios de la avenida central recordaban una época de esplendor, de un rotativo calificado de número de uno en América Latina.

Cuanto he escrito ocurrió décadas antes de mi nacimiento. Hoy, obedeciendo instrucciones de mi director, cubrí el ingreso de la fuerza pública a las construcciones de Excelso por primera vez en cincuenta años. Los uniformados y un servidor recorrimos de cabo a rabo las instalaciones antiquísimas del negocio.

Capas y capas de polvo, ejércitos de fauna nociva, humedad y podredumbre rodearon al destacamento, que sopesando cada paso avanzaba en las entrañas de la ruindad.

No tardamos en tropezar con el primer esqueleto que estaba en posición fetal debajo de una escalera.

Encontramos más.

El Ministerio de Salud ordenó un operativo de seguridad y los restos se colocaron en unidades motorizadas.

La hipótesis que sostengo es lógica. Corridos de sus casas, desempleados e inservibles a una sociedad voraz, los trabajadores hicieron de Excelso un hogar. Igualando a los viejos esclavos imperiales, muerto el Rey se lanzaron a la tumba en vida.

La amnesia de la realidad circundante empujó a estos seres atribulados a romper vínculos, cerrar la puerta y permanecer en las sombras.

Las leyes dieron carpetazo al caso. La patronal nunca fue castigada. El capital expropiado murió junto a los operarios. Y de no haber sido a causa de la remodelación del Centro Histórico de la Ciudad, los edificios hubieran permanecido.

No estoy conjeturando.

El último esqueleto que encontré descansaba en un ruinoso escritorio frente a un ordenador mecánico. Una hoja podrida decía: Libérenos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El texto tiene faltas de sintáxis, por favor autor, échale un ojo otra vez pero muy crítico y corrígelo.