viernes, 26 de junio de 2009

EDITORIAL: ¿Cuánto cuesta la fama?

Como otros íconos de la industria del entretenimiento, el fallecimiento del una vez llamado Rey del Pop, Michael Jackson, es un ejemplo contundente del costo siempre inequitativo que se debe pagar a la vida por ser alguien, por ser reconocido, por influir determinantemente en el tiempo.
Con una vida llena de dramas y experiencias poco edificantes, Jackson fue uno de los cantantes de color con más éxito en la historia de la música popular de los Estados Unidos, y uno de los consentidos del mundo en general.
Junto a Madonna, el creador de "Billie Jean", fueron los emblemas unificadores de la década dedicada al consumo hueco de los años ochenta. Atuendo, voz, baile y producción en un contexto mediático global convirtieron al más pequeño de los hermanos Jackson en un bendecido de la celebridad y la riqueza.
La trayectoria vertiginosa y las marcas impuestas en popularidad y dividendos pesan hasta el día de hoy. Sin embargo, estas cualidades no fueron suficientes para detener a sus demonios que primero le fueron robando su identidad étnica y, luego, lo hicieron caer en extravagancias imperdonables para una sociedad limitada por el discurso de la doble moral y la discreción en cuestiones de racismo.
Por elección propia, Michael Jackson quiso ser un Peter Pan posmoderno y terminó en una aberrante caricatura de sí mismo, acusado de pederastia y comportamientos ofensivos para los demás.
En la ruta al infierno, siguió los pasos de Elvis Presley, y experimentó cuanto estuviera a su alcance para no crecer, para no hacerse responsable, para no responder y para no comprometerse.
Siendo un Tío Tom de fin de siglo, Michael Jackson hizo trizas su carrera y justo cuando pretendía reencontrarse con su leyenda, la muerte lo sorprendió en circunstancias misteriosas. Los afronorteamericanos, lejos de verlo como un hermano de raza, lo calificaron en vida de servil, de entregado, de traidor. Los wasp simplemente reconocieron su valor, marcaron una raya y lo dejaron a prudente distancia de sus principios exclusivistas.
Para el resto de la Tierra, Michael Jackson fue un hito, algo demasiado grande para volverse a repetir y su legado con los años por venir se irá aquilatando en una justa dimensión. Aquí y ahora sólo recordamos que la vida en la carretera acaba matando, que las multitudes son vampíricas y que por grande que seas, no hay fama que valga la perdición de tu alma.
Descanse en paz, Michael Jackson.

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