domingo, 5 de abril de 2009

MALA LECHE: LAS QUINCEAÑERAS

Los mameyes no se dan en temporada de aguacates. Una chulada resultó el numerito público de las quinceañeras patrocinado y facilitado por el gobierno de la Ciudad de México, del cual por cierto jamás llamaron a plebiscito al ciudadano y que por todo lo alto ventila la vena cursi y de mal gusto que caracteriza a las fuerzas vivas aztecas.

Muy de izquierda, muy de izquierda, pero con tal de mantener la preferencia de la masa, que se vaya al demonio la conciencia de clase y a darle duro a eso de la enajenación pro aristocrática y conservadora.

Cada cual puede hacer el ridículo que le plazca siempre y que no afecte a segundos o terceros y mucho menos que se lo pague la ciudadanía. Si los familiares de las susodichas flores del asfalto carecen de los medios para celebrar esa aberración de las quince primaveras, que se busquen a otros paganos, a la gente que trabaja y que le quitan impuestos destinados a gastos superfluos que honestamente NO SON del interés colectivo.

Por qué no se buscan patrocinios de empresas que viven de la cursilería y que el horroroso evento les sirva de publicidad y santas pascuas. Por qué hay que soportar la demagogia populachera y suponer que esas ¿lindas? CRIATURAS dan un ejemplo que enaltece el espíritu cívico o el pretexto que sea pro la ciudad de la esperanza.

Millones, sí, millones de pesos, en plena recesión económica y con índices de desempleo aterradores, destinados a la nada o lo que es mismo a circo y teatro, que de PAN aquí está prohibido. ¿A qué le juegan los funcionarios públicos?, ¿a una carpa de tres pistas?, ¿a espantar tarugos?

Nos gustaría mucho que el señor autoridad explicará el costo y el objetivo de tanto desfiguro, que si es para los mexicanos que menos tienen, que si alienta la convivencia entre los sectores sociales, que si la manga del muerto o que si a Chuchita la bolsearon.

Y metidos en las elecciones intermedias, pues a ponerle la tiara a la princesa y que suene el vals en el Zócalo, aquí la ayuda se acepta de quien sea, nomás no muevan la silla y nos amanecemos.

Dios, se vale por Semana Mayor, qué hicimos para merecer el desfile grotesco de las herederas del nopal y los guardias del adobe en una ciudad devastada por tanta obra pública que como laberinto a lo imbécil no lleva a ninguna parte.

Las quinceañeras al igual que las playas artificiales, la pista de hielo y otras monumentales tomaduras de pelo son los argumentos sólidos de un Partido de la Revolución Democrática que, frente a su incapacidad de integrar una fuerza sólida en el control del poder, recurre a las estratagemas deprimentes de hacer de los descamisados la única prueba de que están por perder la simpatía de los votos que importan.

De tan asoleados por la revolución democrática, la burocracia ejecutiva se ha ido plegando hasta convertirse en padrinos de pétalos al viento que sólo recordarán de sus anónimas vidas el día que veinte millones de habitantes tuvimos que poner un cuerno para que disfrazadas de cenicientas en superación le dieran su prenda más querida a la Coatlicue política para que se limpiara su falda de serpientes.

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