viernes, 12 de septiembre de 2008

SIMULACIONES REPRESENTATIVAS: Canoa un crimen aparte


POR: Raúl Gómez Miguel


LOS HECHOS

La noche del 14 de septiembre de 1968, el párroco Enrique Meza Pérez y sus allegados azuzaron a más de mil habitantes del pueblo de San Miguel Canoa, para que prendieran y lincharan a cinco trabajadores de la Universidad Autónoma de Puebla al ser confundidos como estudiantes y miembros activos del movimiento radical que se vivía en la Ciudad de México, y no creer que se trataba de excursionistas que deseaban subir al volcán apagado de la Malinche.

La turba enardecida fue a la casa de Lucas García García, que les había ofrecido albergue y tras asesinarle, sacaron a los hombres por la fuerza.

Cuando la Cruz Roja y la fuerza pública pudieron entrar a la población, Jesús Carrillo Sánchez, Ramón Calvario Gutiérrez habían sido asesinados junto a Odilón Sánchez Islas, víctima circunstancial de la tragedia, y Julián González Báez, Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre estaban mal heridos

Aunque hubo rumores de heridos entre la muchedumbre, estos nunca se comprobaron.

El 25 de septiembre de l968 se abrió el proceso penal correspondiente. Se giraron diecisiete ordenes de aprehensión, la mayoría no fue cumplida. Las diligencias que se hicieron a cinco acusados dieron dos condenas de ocho y once años de prisión, que no se completaron. Jamás fueron molestados el párroco Enrique Meza ni los principales del pueblo a quienes sistemáticamente se les acusó de haber propiciado el linchamiento.

Cuarenta años después, los sobrevivientes de ese día aún esperan justicia.

EL CONTEXTO

México, en l968, era un país dividido. Fundado en una visión vertical del poder y la obediencia, la clase dirigente no aceptaba otra voz que no fuera la propia. Políticos, militares, empresarios, sacerdotes, líderes sindicales y caciques regionales hacían una fuerza común opuesta al cambio en el orden de las cosas. Actuaban siguiendo la creencia déspota de un linaje superior a prueba de riesgos. Al igual que hoy, cuatro décadas después, millones de hombres y mujeres se debatían en la pobreza y la ignorancia sin provocar el mínimo de congoja en los notables, en los hijos predilectos de la Revolución.

El movimiento estudiantil universitario, surgido en las escuelas públicas de la capital, rebasó las medidas proteccionistas de establishment e infundió un terror a lo qué pudiera suceder. En un delirio sectarista y paranoico, los privilegiados de la República unieron fuerzas para destruir la amenaza. Desde las trincheras habituales del dominio, la “gente decente” orquesta una ofensiva demoledora en contra de las demandas juveniles y ligaron una legítima exigencia de justicia a una conspiración internacional de sabotaje a los Juegos Olímpicos que se celebrarían en el país en octubre de ese año.

Favorecidos por la atmósfera enrarecida del mundo a causa de la guerra fría y el conflicto bélico de Vietnam, los ciudadanos ilustres del país hicieron uso de los recursos indispensables en la coronación del éxito y el castigo ejemplar. Persecución, terrorismo y asesinato validaron la lección abierta de una élite demasiado fuerte para dejarse vencer.

A escala, la crisis nacional dispuso que en el pueblito poblano de San Miguel Canoa, ocurriera un avance grotesco de lo que días después en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, ciudad de México, se convertiría en el punto final de la insurrección estudiantil.

Un sacerdote fanático, oportunista y sin escrúpulos; los feligreses protegidos directos de la Iglesia; los ricos; las autoridades y la masa manipulada decidieron dar un escarmiento a un grupo de cinco fuereños que parecían estudiantes, que iban a repartir propaganda, que destrozarían el templo, que violarían mujeres, que secuestrarían niños, que ahuyentarían al príncipe San Miguel y que acabarían la bonita forma de ser de los nativos.

Como cientos de comunidades fregadas de la nación, San Miguel Canoa es un asentamiento indígena, miserable, ignorante y preso en los vicios propios del fracaso: alcoholismo, violencia doméstica y obsesión divina. Sin nada que perder, los dirigentes comunitarios, ya sea por recursos materiales o imposición selectiva, logran establecer relaciones sociales casi medievales donde los intereses de los hombres y de Dios corren al mismo objetivo: la permanencia de las castas y las prerrogativas.

Al igual que en la matanza de Tlatelolco, el linchamiento de San Miguel Canoa no tuvo castigo posterior. Los responsables jamás fueron molestados. A pesar de la indignación de las víctimas y sus familiares, los señores de Canoa siguieron sus vidas en el refugio de la solvencia económica y política. ¿Quién o qué los protegía? Más que gente, el cinismo hipócrita de la época que respaldaba las acciones criminales en honor a la seguridad nacional, al predominio del fatalismo ancestral.

Canoa es un excelente indicador de la intoxicación fundamentalista que alentaba el poder en todos los estratos de la población a fin de reducir la rebeldía juvenil urbana y evitar que contaminará a sus iguales del interior. Desde el principio quedó claro que en las condiciones del momento la única salida por la que apostó el mundo adulto fue la vejación y el martirio.

Las bajas colaterales en Canoa, Lucas García y Odilón Sánchez, simbolizan a otros tantos inocentes que en el fervor destructivo cayeron por estar en el lugar y momento equivocados, o como es el caso, por solidarizarse con causas y personas no gratas.

El macabro atractivo que viste a Canoa tiene que ver con esa vocación sádica y masoquista del mexicano que enaltece la sangre y la violencia como ofrendas necesarias para la memoria y la transformación. Toda empresa requiere de un impuesto brutal.


LA PELÍCULA

Al saberse la noticia del linchamiento de San Miguel Canoa, Tomás Pérez Turrent, guionista de cine, decidió dar cuerpo al acontecimiento para contarle en imágenes. Los años pasaron. La idea original fue creciendo. Nuevos datos, testimonios y el recorrido personal al lugar de los hechos consumaron el guión definitivo de la película “Canoa”.

La carencia de financiamiento que experimentó la cinematografía nacional a principios de los años setenta fue paleada por la intervención del Estado a través de CONACINE y de un esquema de inversión compartida con los trabajadores de la industria. Uno de los primeros proyectos auspiciados sería el de “Canoa”.

A la fecha se ignora en qué estaba pensando la autoridad competente para financiar una película tan delicada como “Canoa”. A escasos seis años de la masacre de Tlatelolco, el argumento ocurría en el contexto del movimiento estudiantil de 1968 y denunciaba los excesos de la plebe en un linchamiento propiciado por un cura y los notables del lugar. Por primera vez, un espectáculo masivo tocaba el pasado inmediato de la revuelta juvenil para contar una tragedia que, aunque distante a la ciudad de México, integraba una metáfora devastadora sobre el movimiento.

El siete de abril de 1975 inició el rodaje de “Canoa” con una duración de seis semanas y cuatro días. La dirección corrió a cargo de Felipe Cazals. Por razones obvias, no se pudo filmar en San Miguel Canoa y, por ende, el pueblo de Santa Rita Tlahuapan se convirtió en el centro de la filmación. El presupuesto fue de tres millones setecientos mil pesos, de los de entonces.

El siete de diciembre de 1975, la película “Canoa” se estrenó en las jornadas de la V Muestra Internacional de Cine. El 18 de diciembre se exhibió en Puebla. El 4 de marzo 1976, en la ciudad de México.

El 16 de julio de 1976, “Canoa” ganó un “Oso”, segundo premio, en el Festival Internacional de Berlín.

Hasta esa fecha, la película había generado una taquilla nacional, según datos del Banco Cinematográfico, de 16 millones 200 mil pesos y se esperaba una recaudación final de 35 millones de pesos.

CONACINE pagó por concepto de asesorías a los tres supervivientes y a las viudas de Lucas García, Ramón Gutiérrez y Jesús Carrillo Sánchez 25 mil pesos a cada uno; un total de 150 mil que resultan burlones en comparación al negocio que redituó el filme.

Para 2008, “Canoa” sigue generando ganancias por conceptos de derechos de explotación en los diversos formatos de exhibición privada, amen de las reposiciones obligadas, y literalmente se ha visto en todo el mundo.


LA REACCIÓN

La exhibición pública de “Canoa” reanimó el debate alrededor del 68 y la percepción represiva del Estado. En las semanas siguientes al estreno nacional de la película, intelectuales, académicos, políticos, estudiantes y cualquier espectador hizo suya la tesis cinematográfica que en aquellos días era menos peligroso delinquir que ser o parecer universitario.

Por el momento y el alcance del discurso, “Canoa” es el acercamiento total al movimiento estudiantil de 1968 y a las razones políticas del dos de octubre. Aunque “Rojo Amanecer”, en otra etapa supuso la apertura de la memoria a esbozar el crimen de Estado, “Canoa” es la denuncia implacable de las fuerzas vivas que permitieron un linchamiento que resumió la terrible disyuntiva de una era.

Pese a la fortuna del filme, los escándalos estuvieron a la orden del día a causa de líos monetarios, transas habituales del medio, egolatrías artísticas y los bandazos gubernamentales que no previeron el dique crítico que habían abierto. Se trató de aclarar incidentes. Los protagonistas hablaron y los medios elaboraron respuestas a medias, precisamente por que el Estado no estaba dispuesto a regresar la página y aceptar la culpabilidad.

Los habitantes de San Miguel Canoa callaron. El párroco negó categóricamente la lectura de los hechos y las autoridades estatales sostuvieron la discreción. El caso quedó abierto.

CUARENTA AÑOS MÁS TARDE

“Canoa”, la película ha enterrado la tragedia real ocurrida en San Miguel Canoa. Considerada un título emblemático del cine mexicano del siglo XX, el largo metraje se consume como la versión definitiva de la verdad. Así pasó y así fue, consideraciones apartes están descalificadas. El director, Felipe Cazals, y el guionista, Tomás Pérez Turrent, son personalidades de la industria. Algunos actores alcanzaron el estatus del reconocimiento masivo y otros reconocen que en esa película está el pasaje a la inmortalidad. En la cercanía del siglo XXI, la película fue tratada para mejorar audio e imagen, pensando en su transferencia a formatos digitales y el reencuentro con la historia.

Los supervivientes envejecieron y ciertos villanos murieron. San Miguel Canoa sigue en el mismo lugar con sus mismos problemas. El recuerdo colectivo lo ubica como el lugar donde ocurrieron los asesinatos de los que cuenta una película. Los que los perpetraron no hablan y los que lo hacen miden las apariencias. Es un trozo de historia que no se apetece honrar. Es cosa pasada, es cosa de antes.

A cuarenta años, el crimen está impune y no se advierten castigos tardíos. Es México, es el fatalismo.

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