domingo, 7 de septiembre de 2008

FARFADET: Gula

POR: Antonio Barrón, El Abuelo

Gracias a ti, algunas veces me sentía capaz de lograr que me amaras de regreso, que podías hacerme sentir esa pasión que me gustaba hacerte sentir. Hay veces que mi cabeza recrea historias y palabras que deseo que tus labios pronuncien; será irónico, pero no se me olvida la primera vez que te besé, que olí tu cuerpo, esa piel que huele a mango, dulce y a la vez deja un sabor cítrico que recorría cada uno de mis poros, elevándome, dejándome llevar, a no querer contenerme a tu fuerza, tu entrega, tu pasión; esa pasión que es como chocolate líquido, se escurre, me recorre lentamente hasta que su caída tropieza con pedazos de fresa que complementan perfecta mi perfecta agonía e inquietud.

Una vez te dije que tus labios eran como un buen corte de carne, gruesos y jugosos, que podían ser crudos y podían llegar a quemar, pero que por alguna razón no podía dejar de probar; sueño repetidamente contigo, y no puedo saciar mis ganas de comerte, saborearte, alimentarme de ti, de tu frescura; esa frescura que es como agua de frutas o el más frío refresco que alivia el calor de verano o aquel que produce tu piel al rozarse con la mía.

Las veces que tu y yo nos enojábamos, la salsa picaba, ardía por dentro, transcurría el picante por las venas, la irritación de los ojos se hacía notoria y las manos se apretaban como queriendo deshacer pasteles de tres leches, cuya leche escurría lentamente por mis dedos, empalagándolos, deseando la destrucción total, no dejar migaja, no sentir esa frustración y las ganas de brincarte encima y arrancar tus ropas como la cascara de un plátano, y sé que después de un tiempo, terminábamos así; perdonándonos, consumiéndonos, probándonos como la soda y el helado que al juntarse burbujean, se elevan, recrean y reconstruyen toda la experiencia y producen que el picante se endulce y se convierta en miel que curaba heridas.

Ahora el festín se acabó, no hay más bufete interminable. No más malteadas de vainilla que rocen mis labios ni dulces que empalaguen mi alma, mi corazón. Sé que te consumí por completo, en poco tiempo, me atraganté, me acabé lo interminable, me inflamé y te vomité. No te asimilé ni digerí, pensé que me hacías mal sin comprender que sólo me recargué y que después de una pequeña evacuación, tu sabor podría seguir alimentándome. Ahora me levanto de esta mesa vacía, con la cuenta sin pagar, aún con hambre pero consciente que ya no estarás. Así mientras levanto mis pies del piso y camino a la caja, me doy cuenta que delante de mí aún quedan más mesas dónde sentarme y mil platillos más que comer, porque si es cuestión de sabor, aún quedan miles de sazones que probar; mientras tú seguirás en la misma mesa esperando a ver quién te quiera probar. Yo me voy bien y muy satisfecho, feliz y sin ganas de confesarme. Buen provecho.

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