martes, 17 de junio de 2008

FARFADET: Mi mamá me mima

MI MAMÁ ME MIMA
POR: RAÚL GÓMEZ MIGUEL



Mi debut en la farándula escolar estuvo ligado a la festividad del día de las madres y a una curiosa coincidencia que ahora narro.

Era un niño más en el jardín de niños “Guillermo Barroso”, de la colonia Escandón, que se había adaptado a la vida escolar con tanto entusiasmo como el que se recibe la noticia de más trabajo y menos sueldo. Flotaba en la inercia de conocer el profundo misterio de la raya y la bolita, o la fisonomía de las cinco vocales. En el recreo me apartaba de los demás y esperaba que un milagro me pusiera en mi casa y no en la caja de arena que tantos problemas me daría después.

Por esa adaptabilidad casi oriental, no fui un infante problemático, al menos ese año, y cual mueble mi maestra me movió de la Ceca a la Meca para equilibrar mis altas dotes autistas. Obedecía sin chistar y mi alrededor no importaba. Esa indiferencia no se alteró al enterarme que estaban haciendo pruebas para participar en una obra teatral para el diez de mayo. El “casting” ocurrió en el salón de música, donde varias profesoras elegían de acuerdo al reparto a las niñas y los niños que interpretarían la historia.

A mí las candilejas y la celebridad se me escurrían y no fui a la sonada selección hasta que mi maestra arrastrándome me puso frente al jurado artístico. Por mi “fisonomía nórdica” quedé descartado como príncipe. Por mi aplomo de escuincle de mundo perdí el papel de rey. Y por diversas incapacidades fui descendiendo de puesto. Sólo me restaba ser probado para árbol o piedra.

Y precisamente por estar atentas con los papeles protagónicos, las profesoras olvidaron que en la trama aparecía una serpiente malévola que hechizaba a la princesa y que, por supuesto, tendría que ser matada al final (la serpiente, no la princesa). La dificultad histriónica estribaba en que la serpiente tenía que arrastrarse en curvas y silbar a la vez; toda una proeza psicomotora.

La competencia por el papel estuvo reñida precisamente porque los candidatos o se arrastraban muy bien o silbaban fuerte, pero hacer las dos cosas simultáneamente generó ridículas confusiones. Yo observaba el desfiguro, hasta que desesperada mi maestra insistió que tratará de caracterizar a la serpiente. Más obligado que convencido, me tiré de panza al suelo y me empecé a arrastrar, luego silbé y se abrieron los cielos. Las profesoras suspiraron aliviadas y unánimemente fui elevado a condición de reptil.

Cuando mi mamá se enteró no entendió del todo qué iba yo a ser en el escenario. Pero pasó a segundo plano en el momento que supo que tendría que confeccionarme un vestuario adecuado, a lo que vino una pregunta lógica ¿cómo diablos se disfraza a un niño de serpiente?. Tras sesudas cavilaciones, mi madre con la ayuda de las profesoras establecieron que se haría un mameluco de franela gris, se le pintarían unas rayas negras y llevaría un gorrito con orejas puntiagudas. Al probarme el producto de tal sugerencia, las mujeres se dieron cuenta que la serpiente semejaba gato, sin embargo, el espectáculo tenía que seguir.

Los ensayos se me volvieron eternos. Entre arrastres y silbidos la obra fue jalando. Salvo en el momento en que toda la tropa se abalanzaba sobre mí para matarme por haber embrujado a la princesa. Tuve que soltar dos que tres patadas y calmar el entusiasmo de la multitud.

Al día y a la hora señalada, se abrió el telón. Sintiendo murciélagos en el estómago entré a escena, llevándome la carcajada general por ser un gato minusválido silbante. Los diálogos fluyeron. La escenografía cumplió. La tramoya estuvo atinada. La princesa estaba preciosa. El príncipe era un figurín y el gato-serpiente fue apaleado para que constara eso de que el mal nunca paga.

Salimos a recibir la ovación materna dos veces y mi mamá estaba radiante. Por primera vez fui consciente de lo que representaba hacer sentir a alguien orgulloso. La cara de mi jefatura brillaba. No creía que su monstruito de las entrañas fuera capaz de arriesgarse el físico o se interesará por el arte elevado. Ese 10 de mayo, creo, Flora Gómez supo que su bebé no estaba tan dejado de la mano de Dios y que, aunque medio silvestre, podía ser alguien en la vida, de menos una serpiente en forma de gato.

2 comentarios:

abuelo dijo...

me maravilla poder ser el primero en dejarte un mensaje en tu nuevo mundo cybernaúta. Ya eres parte de mi lista de links y seguro de samuel tbn. mi página es http://www.abueloiheartny.blogspot.com espero me visites y te deseo lo mejor en este nuevo proyecto. te ama... el abuelo xox

CRONICAS Insitu dijo...

Gracias por este texto, a veces cuando creces olvidas aquellos primeros pasos que a veces llenan de orgullo otras quieres borrarlos de la mente de todos, hoy imaginando a ese gato reptil recordé a un Samuel que para las festividades del 12 de octubre participó en una representación como uno de los Hermanos Pinzón y el dialogo cumbre (el único dialogo) fue: "Tierra a la vista"

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